Y viendo como está el panorama, sigo en mis trece, No te confundas, mis trece no van detrás del doce ni delante del catorce, son solo mis trece. Mis trece cosas a hacer antes de que el mundo me de la espalda, por cualquier motivo y no me deje llegar a cumplirlos. Mis trece cosas indispensables para llegar a la meta con el deber cumplido, con las ambiciones conseguidas, con la convicción de que lo propuesto en mi interior ha tomado la forma esperada. Trece. Un número que dicen, solo dicen, no está demostrado, da mala suerte. Trece. Y trece son porque después de contarlas, las cuentas salen así. ni más ni menos.
Hoy voy a contaros uno de esos trece deseos. Una de esas trece cosas a las que me aferro para continuar confiando en mi misma y en la vida que alrededor de mi sucede mientras tanto respiro, ando, sucedo.
Ocurre que la vida te trae y te lleva por derroteros jamás esperados, o te sume en una incansable rutina en donde nada cambia. Pues ni una cosa ni otra deseo. Nunca había montado a caballo. Un día sin más ni más me vi sentada en una de esas sillas de montar, encima de uno de ellos. Era blanco y caminaba con suavidad, como sabiendo que llevaba a alguien atemorizado y algo histérico. El animal tuvo la santa paciencia de aguantar estoicamente el miedo que estoy segura advertía en mi voz, en el temblor de mi cuerpo. Lo mismo me ocurrió con una moto. La única vez que he montado en moto. Creo que la moto también advertía mi miedo o eso creí cuando de repente me vi aterrizando en el suelo. Yo iba de paquete, no vayas a creer que conducía, pero lo que no hizo aquel caballo, expulsarme de su lomo, logró hacerlo aquella moto. No me preguntes como. La moto sabrá. Yo sigo en mis trece de que fue culpa de ella.
En ambos casos me quedó claro. No montaré jamás a caballo ni viajaré en moto. Y en mis trece sigo.
Pero volviendo a eso de los trece deseos: Uno de ellos, es sentirme bien conmigo misma. Saber que si aquel día monté a caballo, fue porque alguien me lo propuso y no supe decir que no. Admitir que cuando monté en moto también fue por que alguien me lo propuso y no supe decir que no. por tanto uno de mis trece deseos es este: aprender a decir que no, cuando y como crea yo conveniente.
Decir no, acaso es más difícil que asentir. El no crea rechazo, ocasiona discusiones y acelera, genera reacciones negativas que te obligan a argumentar, discutir, debatir y luchar por aquello que estás defendiendo. Pero ¿Y si dices si?.... Ahí la cosa es más fácil ¿No?. No te discuten. No te debaten. No ponen cara de pocos amigos. No se crea tensión.
Pues no. Pongamos por caso que digo si, cuando quería decir no....
¿Qué acabo de hacer? Aceptar algo que en realidad no deseo aceptar....Crear en mi interior sentimientos contradictorios....Echar por tierra convicciones..... crear desconfianza en mi misma, inseguridades etc.etc.
Por tanto debo decir que mi si ha provocado en mi interior un no a mi propio yo.
Complicado el tema, Por tanto sigo en mis trece, no me voy de este mundo sin aprender a decir NO.