diumenge, 26 de maig del 2024

 Y viendo como está el panorama, sigo en mis trece, No te confundas, mis trece no van detrás del doce ni delante del catorce, son solo mis trece. Mis trece cosas a hacer antes de que el mundo me de la espalda, por cualquier motivo y no me deje llegar a cumplirlos. Mis trece cosas indispensables para llegar a la meta con el deber cumplido, con las ambiciones conseguidas, con la convicción de que lo propuesto en mi interior ha tomado la forma esperada. Trece. Un número que dicen, solo dicen, no está demostrado, da mala suerte. Trece. Y trece son porque después de contarlas, las cuentas salen así. ni más ni menos.

Hoy voy a contaros uno de esos trece deseos. Una de esas trece cosas a las que me aferro para continuar confiando en mi misma y en la vida que alrededor de mi sucede mientras tanto respiro, ando, sucedo.

Ocurre que la vida te trae y te lleva por derroteros jamás esperados, o te sume en una incansable rutina en donde nada cambia. Pues ni una cosa ni otra deseo. Nunca había montado a caballo. Un día sin más ni más me vi sentada en una de esas sillas de montar, encima de uno de ellos. Era blanco y caminaba con suavidad, como sabiendo que llevaba a alguien atemorizado y algo histérico. El animal tuvo la santa paciencia de aguantar estoicamente el miedo que estoy segura advertía en mi voz, en el temblor de mi cuerpo. Lo mismo me ocurrió con una moto. La única vez que he montado en moto. Creo que la moto también advertía mi miedo o eso creí cuando de repente me vi aterrizando en el suelo. Yo iba de paquete, no vayas a creer que conducía, pero lo que no hizo aquel caballo, expulsarme de su lomo, logró hacerlo aquella moto. No me preguntes como. La moto sabrá. Yo sigo en mis trece de que fue culpa de ella.

En ambos casos me quedó claro. No montaré jamás a caballo ni viajaré en moto. Y en mis trece sigo.

Pero volviendo a eso de los trece deseos: Uno de ellos, es sentirme bien conmigo misma. Saber que si aquel día monté a caballo, fue porque alguien me lo propuso y no supe decir que no. Admitir que cuando monté en moto también fue por que alguien me lo propuso y no supe decir que no. por tanto uno de mis trece deseos es este: aprender a decir que no, cuando y como crea yo conveniente.

Decir no, acaso es más difícil que asentir. El no crea rechazo, ocasiona discusiones y acelera, genera reacciones negativas que te obligan a argumentar, discutir, debatir y luchar por aquello que estás defendiendo. Pero ¿Y si dices si?.... Ahí la cosa es más fácil ¿No?. No te discuten. No te debaten. No ponen cara de pocos amigos. No se crea tensión.

Pues no. Pongamos por caso que digo si, cuando quería decir no....

¿Qué acabo de hacer?  Aceptar algo que en realidad no deseo aceptar....Crear en mi interior sentimientos contradictorios....Echar por tierra convicciones..... crear desconfianza en mi misma, inseguridades etc.etc.

Por tanto debo decir que mi si ha provocado en mi interior un no a mi propio yo.

Complicado el tema, Por tanto sigo en mis trece, no me voy de este mundo sin aprender a decir NO.


dimarts, 2 d’agost del 2022

Cuando debemos hacer una elección y no la hacemos, esto ya es una elección.

WILLIAM JAMES.

 ¿QUÉ DEBO HACER?

¿Cómo escoger un camino, entre tantos que la vida nos ofrece?

¿Cómo elegir la ocasión, el momento que nos lleve a andar por la vida seguros de lo que hacemos siempre?

Nos pasamos la vida tomando decisiones, como bien dice el filósofo estadounidense y fundador de la psicología funcional, en una de sus frases. Incluso cuando no elegimos, estamos eligiendo.

Es nuestra condición. Quizás y en demasiadas ocasiones nuestra propia condena. Estamos condenados a escoger sí o sí, entre miles de opciones, entre múltiples caminos, entre un sin fin de oportunidades, siempre en todo momento debemos escoger una de ellas. Es como los zapatos, aunque tengamos un armario entero de pares, dispuestos en orden, por colores, formas, diseño, etc, solo tenemos dos pies, luego todos los demás quedarán en el vestidor, hasta que tú tomes la decisión de usarlos. Solo es cuestión de escoger el calzado correcto para la ocasión requerida.

En la vida, la que todos llevamos a cuestas, las ocasiones a menudo nos pasan por delante sin casi percibirlas, sin casi darnos la oportunidad de reconocerlas y por tanto experimentarlas, de aceptarlas como tales, y las dejamos escapar. Permitimos que se desvanezcan antes siquiera de hacerse materiales. También aunque puede que inconscientemente, estamos decidiendo.

Aceptamos que siendo humanos, tenemos derecho a equivocarnos, eso lo asumimos frecuentemente, pero ah.. amigos, de vez en cuando, la vida, nuestra vida, nos da con ello en la cara y nos demuestra que tomar una decision acertada es algo bastante difícil.

Solemos arrepentirnos de haber tomado ciertas decisones, cuando éstas han desembocado en algo contrario a nuestras expectativas -los hechos se encargan de demostrarlo- y entonces viene el arrepentimieto, el malestar, la desgana y acabamos cayendo en un profundo mar de dudas y decidimos no tomar decisiones. Pues bien, esto ya es una decisión, según dice el filósofo. Una drástica decisión que irremediablemente nos lleva a otro caos mental. Porque.... ¿No tomar decisiones significa no decidir nada?

Pues no. Esto ya es también una decisión. No hay ser humano en La Tierra capaz de decir que no ha decidido nada. No existe esa posibilidad. Desde el día que nacemos nos pasamos la vida escogiendo, tomando alternativas, caminos, atajos, etc. 

Perdemos ocasiones, por el simple hecho de volvernos pasivos ante la derrota de otras decisiones mal tomadas. La frustración nos vuelve indecisos, nos debilita y no nos deja resolver con claridad determinadas situaciones.

Y en ello estoy. Debo tomar una decisión importante. ¿La tomo? ¿No la tomo?. Dará igual ¿verdad?

Porque tanto si la tomo como si no, estaré decidiendo algo. Un verdadero galimatías.

 

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Pasamos la vida escogiendo,

sin apenas percibirlo

y también si no escogemos,

también hemos escogido.

 

Con no decidir, decidimos

y decidendo, también.

Decidir es nuestro sino.

No hay forma de huir de él. 

 

Es decisión conveniente

aceptar que decidir, 

es algo que hacemos siempre.

Aunque digamos que no, es que sí. 


 

divendres, 29 de juliol del 2022

LAS PERAS Y EL OLMO.  

 

Pedirle peras al olmo.

ni el peral lo debe hacer,

pues es falta de decoro

y eso que da buen ejemplo,

porque pensándolo bien

¿Quién puede mejor que él,

decirle cómo hay que hacerlo?

 

Más por mucho que le explique

el peral, de cuando y cómo,

nunca podrá el pobre olmo

aprender lo imprescindible,

y es que nunca un imposible,

se hizo posible en tan poco.

 

Así, que aplique el ejemplo,

y póngase en situación,

e imagínese un momento,

que usted es el peral del cuento,

y yo, el olmo en cuestión:

¿Acaso usted me pidiera,

que dieran mis ramas peras?

 

Y Si así usted lo hiciera:

¿Cómo iba yo a lograrlo?

Si lo que corre en mis venas,

no es la sabia de un peral,

si no la sabia de un árbol,

que nunca le va a dar peras,

yo puedo darle hojas bellas,

y buenos nidos de pájaros.

 

No pida peras al olmo,

pues nunca podrá lograrlo,

y hasta es falta de decoro,

siga usted haciendo  peras,

que en eso,  ya tiene  trabajo.

 

Pedirle peras al olmo. Sí, señores, hubo una época en la que por diferentes motivos me sentía cual ese olmo del poema -de ahí su creación-. Me sentía imposibilitada para conseguir todo cuanto la sociedad me exigía. Sentía que el mundo, maravilloso por cierto, no estaba siendo justo y que sus demandas, a veces imperceptibles de sutiles que eran, me estaban encasillando, convirtiendo en alguien que necesita la aprobación de esa misma sociedad en cada momento. Así me lo enseñaron. Yo no era capaz de producir peras, puesto que era un olmo. Soy un olmo. Un olmo cargado de raíces que con el tiempo  se han aferrado a la tierra que lo sustenta. Que con el tiempo ha aprendido que sus hojas, frondosas y abundantes también son necesarias en este entramado que es esta sociedad. Que tiene su papel en esta obra de teatro llamada. vida y que por no estar ensayada nos obliga a improvisar dia a dia, a actuar bajo el guión establecido sin previo ensayo, pero eso sí, un guión que más o menos nos obliga a todos a pasar por el aro de una manera o de otra. Yo no puedo hacer peras. Lo siento. Y el que se empeñe en ello va listo.

Lo bueno de todo ello es que para comerlas me basta salir al jardín y coger unas cuantas, que ya van madurando o en su caso comprarlas, que para ello ya están las fruterías  o los supermercados ¿No les parece?

Intenté hacer peras en algún momento de mi vida, me acuso de ello. Creí que era lo correcto, sin darme cuenta de que en realidad mi condición era otra. Sin darme cuenta que ocupando un valioso tiempo en un empeño imposible, no atendía a la verdadera capacidad que tenía para otras cosas. Se empeñaban en enseñarme a coser, a bordar, a planchar, a estudiar para ser una buena secretaria el día de mañana (por cierto, ese día de mañana, ya pasó a la historia y se ha convertido en un ayer lejano que difuminado en mi mente me recerda cuantas veces tecleé una Olivetti, mientras mi jefe exigía más velocidad cada día.

Las peras me gustan, pero aquellas, las peras pedidas al olmo, se me idigestaban frecuentemente. Sin "comerlo ni beberlo" -y nunca mejor dicho- me vi rodeada de papeles para archivar, de gestiones para completar, de idas y venidas en autobús del trabajo a casa o viceversa, de gente ajena a mi vida y entorno, de un mundo voraz que come con ansia y absorbe toda energía. En pocas palabras, el olmo pasó a ser un viejo olmo, lleno de cicatrices en su tronco, deshidratado, casi invisible.

Pero mira por donde, -la naturaleza tiene estas cosas- al olmo empezaron a salirle hojas y alguien, abonó  su terreno, y llegó el otoño y pudo dar hojas al suelo para abonarlo  él mismo y  proporcionarse  así el propio sustento para sus nuevas raíces. Unas raíces llenas de vitalidad y de esperanza. Hojas verdes en el otoño de la vida. La lluvia hizo el resto. La vida hará el resto para que ese olmo que no podrá nunca hacer peras, pueda hacer aquello para lo que realmete ha nacido.














divendres, 28 de gener del 2022

                                            ¿ANDA LA GENTE UN POCO NECESITADA?

   ¿ O son percepciones mías ?  Yo  regresaba  de mi tertulia de poetas. Mi amiga Gracia y Pep, se habían bajado unas paradas antes.  Mi pensamiento se fue yendo por derroteros y empecé  a repasar mentalmente la tertulia, mientras el autobús, completaba su recorrido hasta la estación de tren, donde tiene su parada final.  Tengo esa costumbre. Miro de grabar en mi memoria datos  de aquello que entre todos  construimos las tardes de los lunes.  Una sucesión de lecturas, nada nuevo bajo el sol, pensarás. Hay tantas tertulias.... Tantos grupos... Tantas actividades.... Pero ¿Qué puedo decirte?   Ya lo sé... es algo de lo más normal.  Quizá lo que no es tan normal es que  te esté hablando de ello a ti, lector anónimo,  que te estás entreteniendo en leer estas líneas. Puede que te de igual. Y si es así, no sigas leyendo. Nada hay más libre que esto. Dale al "skape" y asunto concluido.  

    Pues bien, si sigues ahí -y gracias de antemano- te diré, que andaba yo recordando las intervenciones de mis amigos y amigas recitando poemas: como suenan sus voces, como expresan sus sentimientos de forma tan variada y entrañable, sus gestos cordiales, su buen hacer, esa facilidad con que la palabra amistad se hace visible en el espíritu del grupo, las canciones que Pepe interpreta, con esa cálida voz y su guitarra, acompañando en todo momento como fondo musical a cada uno de nuestros poemas.  Andaba yo en esta tarea, confieso que un poco  por aquello de andar distraída en algo, mientras el pesado autobús intentaba sortear el tráfico.  Sus miradas de complicidad, la atención con que escuchan, los valores humanos tan perceptibles en el ambiente. Los proyectos de recitales, las ganas en definitiva de prosperar y de hacer cosas juntos.  Quizás ya no te parezca algo tan "nada nuevo bajo el sol". Bajo el sol hay muchas maneras de estar y de ser y creo que "mi grupo", nuestro grupo, es lo menos parecido a "Nada nuevo bajo el sol". 

  ¿Sigues ahí?  Aunque te parezca raro, la que se ha ido, soy yo. Me he ido por otros derroteros. (también es otra cosa que me suele ocurrir) y mirando hacia atrás, echando un vistazo al título de este escrito, me doy cuenta de que hablando del grupo, se me había olvidado lo que te quería contar.

   Volvamos a eso de ¿Anda la gente un poco necesitada?  Y volvamos -cómo  no- al momento en que bajo del autobús y me encamino hacia la estación... Me detengo unos instantes, en mirar los horarios. 

Hay un chico joven, -y digo joven porque yo ya tengo una edad- que me pregunta si por allí hay un bar musical. Extrañada por la pregunta -no es barrio de bares musicales- le contesto que no lo sé. Me pregunta si voy sola, le digo que sí. Trato de irme y aún insiste. Me pregunta si al menos hay algún bar conde tomar un café. Le digo que sí y le indico la calle donde puede encontrar uno o dos bares.

Me da las gracias, pero automáticamente se vuelve de nuevo y me dice que si me apetecería tomar un café los dos juntos. Literalmente así.  Mi reacción, teniendo en cuenta la oscuridad de la zona y lo solitario del lugar, es decir que no con evasivas, darle gracias mientras cambio el paso y salirme por la tangente, o sea entrar en el recito de la estación.  ¿Miedo ?... No...  me hizo gracia. Total,  yo que iba tan concentrada en los poemas y la tertulia,  y de repente debo confesar , se me había olvidado tal cosa y solo pensaba en aquella anécdota tan aparentemente normal como que alguien quiera invitarte a un café.   Pienso y esa es mi pregunta. ¿Qué querría?. Los jóvenes no se buscan ligues de mi edad, luego descartado. ¿conversación?  No le dí pie a nada. El muchacho tendría   unos aparentemente 35 o 36 años. Iba bien vestido, con apariencia normal. Hablaba educadamente. Raro es de narices y perdona la expresión, que a una mujer tan normal como yo le pasen estas cosas, quiere decir que es lo corriente. Quizás, buscaba alguien para sacarle dinero. Mi pregunta  ¿Tengo cara de tonta?  A lo mejor.  O queriendo pecar de ingenua  ¿Anda la gente un poco necesitada de calor humano, de que la escuchen, de conversar?    Ahí lo dejo.

dijous, 2 de desembre del 2021

 De mi libro poemas y vivencias


                     UNA PARTIDA DE CARTAS
  Allá en Tordesillas, mientras tomo un café en un viejo hostal, observo a mi alrededor. En la mesa de al lado hay una familia que está jugando una partida a las cartas. Cuatro de ellos de más o menos una edad parecida y la otra persona es una anciana de unos  noventa años, según su aspecto.

  Veo que en la mesa hay un sin fin de copas vacías y que siguen pidiendo más vino.   Gritan bastante. La anciana frunce de vez en cuando el ceño, quizá en señal de incomodidad. Pienso: “desde luego, no está sorda, a juzgar por la cara que pone cuando gritan”.

  Reparten las cartas para empezar a jugar de nuevo. Veo que a la anciana le dan solo una, mientras que el resto de los jugadores tiene cinco naipes que -en forma de abanico- sujeta con mirada impaciente, esperando su turno.

   Siguen bebiendo y jugando, ignorantes de que en la mesa contigua, alguien  les observa sin perder detalle.   

   La anciana coge la carta y se la guarda en la faldriquera. De vez en cuando la vuelve a poner en la mesa, a la vez que una mano, se la devuelve inmediatamente. “Todavía no le toca, abuela”

   Siguen jugando, partida tras partida, copa tras copa y la abuela sigue ahí, con su carta, ahora recogida sobre su regazo. De vez en cuando grita desesperada: estáis haciendo trampas, no juego. Ahora me toca a mí.....
  A ver abuela, tire su carta...La abuela lanza la carta, -un dos de bastos- sobre la mesa en señal de victoria, y grita, ¿lo veis?  He ganado yo. ¡Ala!.

  Todos la miran con indiferencia, aunque le siguen la corriente, además   ignorando ahora sus insistentes reclamos  para que alguien la lleve al servicio. Y la partida sigue, entre gritos y risas.

  Después de un rato, veo que una de las dos mujeres, saca un gran pañal del bolso, y le dice a la anciana: Abuela vamos al lavabo...

  Al regresar, imagino debidamente cumplida la misión de aquel pañal,  la anciana solicita ir a la habitación. Diríase que está cansada. Tiene sueño. Su rostro palidece. Se muestra inquieta. Se mueve en la silla de ruedas, agitando sus caderas en señal de incomodidad. De vez en cuando, sonríe, con ternura. Mira la mesa, las cartas. Se encoge de hombros y vuelve a decir que quiere ir a la habitación.

  Pero ninguno de sus acompañantes responde... Eso sí....Le dicen, o mejor dicho casi le ordenan: “Venga abuela vamos a seguir jugando, le dan otra carta distinta de la anterior eso sí, es otra vez  un dos, pero de copas...

   Y yo me pregunto... ¿Debe ser feliz esta anciana?

   Tomo el último sorbo de mi café, ya frío como un témpano, mientras pienso:

    Estarán orgullosos de sí mismos. Están de vacaciones, y ¡Sí señor! Hasta se han llevado a la abuela.


                              


 


divendres, 5 de febrer del 2021

                                                        UNA DEL CHIQUILLO 


"Yaya, ahí hay dos gentes"                                             

En efecto: había 2 personas en el balcón de enfrente. El pequeño, hablaba con lógica. Si gente indica personas, si hay dos, pues dos gentes. Así de sencillo ¿O no es verdad que si hablamos de otras cosas, añadiendo su plural correspondiente ya tenemos más número?  Así que el pequeño, a su manera, elabora el lenguaje, que poco a poco vamos corrigiendo  los adultos a fuerza de ser imitados. 

   Esos seres diminutos, que llenan nuestras vidas de pequeños y entrañables momentos. Retales de vida, bordados con fina puntilla. Vivencias que nunca terminamos de saborear del todo, puesto que la vida no trae y nos lleva y quizá no nos deja tiempo para entretenernos en esos detalles que, aún siendo eso, simples detalles conforman lo mejor de nuestra existencia.

-Se ha "rompido" "a" muñeca, y mamá "ma" "decido" que me "compa" otra.

-¿Sabes donde está mamá? 

-No. no lo "sabo". Papá ha ido a la "panería", a "po" pan.

o... -Le "escribido" la carta la "lo" Reyes.

Esos pequeños duendes que rellenan las soledades como nadie, huecos que parecían irrecuperables y que se llenan de vida, de maravillosa y espontánea vida. Ruiditos intermitentes, que a pesar de ser sonoros, y molestos en ocasiones,  llegan a echarse de menos en cuanto  desaparecen....Vida....más que vida....esperanza de vida...proyectos hacia adelante.... sonrisas.... felicidad..


Por eso yo hoy he "decido" estas cosas a las dos o tres  "gentes" que andan por  ahí, leyendo mi blog, en el que hoy he "escribido" esta pequeña tontería, aunque si les digo la verdad, no "sabo" cómo se me ha llegado a ocurrir.


SEAMOS UN POCO MÁS NIÑOS.....OK?


dijous, 4 de febrer del 2021

                                                   EL LIMONERO .


    De repente, aquel limonero que vestía de amarillo chillón parte del pequeño jardín, empezó a cambiar de tono. Sus hojas se marchitaban. Les faltaba brillo. Estaban lacias y unas pequeñas orugas empezaban a invadirlas. Las orugas parecían felices. Devoraban a mordiscos las hojas sin contemplación alguna. Los limones se caían antes de madurar. Secos. Apenas sin jugo. Apenas sin fuerza para caer, que más bien parecía que se dejaban llevar por un aire seco que soplaba desde hacía un tiempo. Un aire tan falto de humedad como faltos de ella andaban los propios limones. 

   El limonero, cada vez más triste, parecía morir de languidez. Las orugas, felices, mientras hubiera hojas que devorar, crecían y crecían en número.  

   Las nubes pasaban de largo. Jamás se detenían sobre aquel rincón y si acaso querían llorar, lo hacían siempre lejos de allí. El río que antiguamente regaba las lindes, se había desviado por alguna  extraña razón. Los árboles, antaño pobladores de aquellas tierras, habían desaparecido. Tan solo quedaba uno en pié. Una vieja encina, de bellotas robustas y apetitosas, que milagrosamente subsistía en medio de todo aquel secarral.

   Parecía el fin de aquel terreno baldío. Eran los dos únicos seres vivos que quedaban en los alrededores, bueno, sin contar a las orugas, claro. Uno de ellos, ya ves, apunto de agonizar.

   El limonero lloraba. La encina, trataba de crecer, de alargar sus ramas hacia él, con la intención de darle sombra, de cobijarlo de las heladas, pero él, cada vez más exhausto, se daba por vencido.

   Pasó tiempo. Las orugas empezaron a desistir; ya no quedaba mucho que comer del limonero y también acabaron marchando de allí.

   Más allá, había una granja de cerdos. Jamás se supo con certeza que ocurrió,  pero se sabe que  fue abandonada y que se trasladaron a otra zona más rica en humedad. Supongo que emigraron allá donde habían cuidado el curso del río, allá donde construyeron el pantano, allá donde los árboles crecían con todo su esplendor, allá donde el humano creyó conveniente dar vida y conservarla. 

   Se cuenta, que una cerda quedó olvidada en aquel terreno tan hostil. Que jamás nadie volvió para buscarla. Se cuenta que estaba a punto de parir. Se cuenta que tuvo diez cerditos entre machos y hembras. Se cuenta que empezaron a escarbar la tierra para conseguir agua, y que la encontraron. Se cuenta que comían bellotas, y que empezaron a reproducirse. Se cuenta que empezaron a crecer encinas con el paso de los años. Se cuenta que los insectos empezaron a revolotear por allí. Se cuenta que empezó a llover de vez en cuando y por consecuente las encinas cada vez eran más numerosas.

   Pero también se cuenta,que  para nuestro limonero, que antaño lucía esplendor, ya fue demasiado tarde.

   Hoy, su tronco, seco, rabiosamente seco, nos sirve de recordatorio.

  No permitamos que para nuestro planeta, algún día llegue a ser demasiado tarde.