divendres, 29 de juliol del 2022

LAS PERAS Y EL OLMO.  

 

Pedirle peras al olmo.

ni el peral lo debe hacer,

pues es falta de decoro

y eso que da buen ejemplo,

porque pensándolo bien

¿Quién puede mejor que él,

decirle cómo hay que hacerlo?

 

Más por mucho que le explique

el peral, de cuando y cómo,

nunca podrá el pobre olmo

aprender lo imprescindible,

y es que nunca un imposible,

se hizo posible en tan poco.

 

Así, que aplique el ejemplo,

y póngase en situación,

e imagínese un momento,

que usted es el peral del cuento,

y yo, el olmo en cuestión:

¿Acaso usted me pidiera,

que dieran mis ramas peras?

 

Y Si así usted lo hiciera:

¿Cómo iba yo a lograrlo?

Si lo que corre en mis venas,

no es la sabia de un peral,

si no la sabia de un árbol,

que nunca le va a dar peras,

yo puedo darle hojas bellas,

y buenos nidos de pájaros.

 

No pida peras al olmo,

pues nunca podrá lograrlo,

y hasta es falta de decoro,

siga usted haciendo  peras,

que en eso,  ya tiene  trabajo.

 

Pedirle peras al olmo. Sí, señores, hubo una época en la que por diferentes motivos me sentía cual ese olmo del poema -de ahí su creación-. Me sentía imposibilitada para conseguir todo cuanto la sociedad me exigía. Sentía que el mundo, maravilloso por cierto, no estaba siendo justo y que sus demandas, a veces imperceptibles de sutiles que eran, me estaban encasillando, convirtiendo en alguien que necesita la aprobación de esa misma sociedad en cada momento. Así me lo enseñaron. Yo no era capaz de producir peras, puesto que era un olmo. Soy un olmo. Un olmo cargado de raíces que con el tiempo  se han aferrado a la tierra que lo sustenta. Que con el tiempo ha aprendido que sus hojas, frondosas y abundantes también son necesarias en este entramado que es esta sociedad. Que tiene su papel en esta obra de teatro llamada. vida y que por no estar ensayada nos obliga a improvisar dia a dia, a actuar bajo el guión establecido sin previo ensayo, pero eso sí, un guión que más o menos nos obliga a todos a pasar por el aro de una manera o de otra. Yo no puedo hacer peras. Lo siento. Y el que se empeñe en ello va listo.

Lo bueno de todo ello es que para comerlas me basta salir al jardín y coger unas cuantas, que ya van madurando o en su caso comprarlas, que para ello ya están las fruterías  o los supermercados ¿No les parece?

Intenté hacer peras en algún momento de mi vida, me acuso de ello. Creí que era lo correcto, sin darme cuenta de que en realidad mi condición era otra. Sin darme cuenta que ocupando un valioso tiempo en un empeño imposible, no atendía a la verdadera capacidad que tenía para otras cosas. Se empeñaban en enseñarme a coser, a bordar, a planchar, a estudiar para ser una buena secretaria el día de mañana (por cierto, ese día de mañana, ya pasó a la historia y se ha convertido en un ayer lejano que difuminado en mi mente me recerda cuantas veces tecleé una Olivetti, mientras mi jefe exigía más velocidad cada día.

Las peras me gustan, pero aquellas, las peras pedidas al olmo, se me idigestaban frecuentemente. Sin "comerlo ni beberlo" -y nunca mejor dicho- me vi rodeada de papeles para archivar, de gestiones para completar, de idas y venidas en autobús del trabajo a casa o viceversa, de gente ajena a mi vida y entorno, de un mundo voraz que come con ansia y absorbe toda energía. En pocas palabras, el olmo pasó a ser un viejo olmo, lleno de cicatrices en su tronco, deshidratado, casi invisible.

Pero mira por donde, -la naturaleza tiene estas cosas- al olmo empezaron a salirle hojas y alguien, abonó  su terreno, y llegó el otoño y pudo dar hojas al suelo para abonarlo  él mismo y  proporcionarse  así el propio sustento para sus nuevas raíces. Unas raíces llenas de vitalidad y de esperanza. Hojas verdes en el otoño de la vida. La lluvia hizo el resto. La vida hará el resto para que ese olmo que no podrá nunca hacer peras, pueda hacer aquello para lo que realmete ha nacido.