De mi libro poemas y vivencias
UNA PARTIDA DE CARTAS
Allá en Tordesillas, mientras tomo un
café en un viejo hostal, observo a mi alrededor. En la mesa de al lado hay una
familia que está jugando una partida a las cartas. Cuatro de ellos de más o
menos una edad parecida y la otra persona es una anciana de unos noventa años, según su aspecto.
Veo que en la
mesa hay un sin fin de copas vacías y que siguen pidiendo más vino. Gritan bastante. La anciana frunce de vez en
cuando el ceño, quizá en señal de incomodidad. Pienso: “desde luego, no está sorda,
a juzgar por la cara que pone cuando gritan”.
Reparten las cartas para empezar a jugar de
nuevo. Veo que a la anciana le dan solo una, mientras que el resto de los
jugadores tiene cinco naipes que -en forma de abanico- sujeta con mirada
impaciente, esperando su turno.
Siguen bebiendo
y jugando, ignorantes de que en la mesa contigua, alguien les observa sin perder detalle.
La anciana coge
la carta y se la guarda en la faldriquera. De vez en cuando la vuelve a poner en
la mesa, a la vez que una mano, se la devuelve inmediatamente. “Todavía no le toca,
abuela”
Siguen jugando, partida tras partida, copa
tras copa y la abuela sigue ahí, con su carta, ahora recogida sobre su regazo.
De vez en cuando grita desesperada: estáis haciendo trampas, no juego. Ahora me
toca a mí.....
A ver abuela, tire su carta...La abuela
lanza la carta, -un dos de bastos- sobre la mesa en señal de victoria, y grita,
¿lo veis? He ganado yo. ¡Ala!.
Todos la miran
con indiferencia, aunque le siguen la corriente, además ignorando ahora sus insistentes reclamos para que alguien la lleve al servicio. Y la
partida sigue, entre gritos y risas.
Después de un
rato, veo que una de las dos mujeres, saca un gran pañal del bolso, y le dice a
la anciana: Abuela vamos al lavabo...
Al regresar, imagino debidamente
cumplida la misión de aquel pañal, la
anciana solicita ir a la habitación. Diríase que está cansada. Tiene sueño. Su
rostro palidece. Se muestra inquieta. Se mueve en la silla de ruedas, agitando sus
caderas en señal de incomodidad. De vez en cuando, sonríe, con ternura. Mira la
mesa, las cartas. Se encoge de hombros y vuelve a decir que quiere ir a la
habitación.
Pero ninguno de sus acompañantes responde... Eso
sí....Le dicen, o mejor dicho casi le ordenan: “Venga abuela vamos a seguir
jugando, le dan otra carta distinta de la anterior eso sí, es otra vez un dos, pero de copas...
Y yo me pregunto... ¿Debe ser feliz esta
anciana?
Tomo el último sorbo de mi café, ya frío como
un témpano, mientras pienso:
Estarán
orgullosos de sí mismos. Están de vacaciones, y ¡Sí señor! Hasta se han llevado
a la abuela.