dijous, 2 de desembre del 2021

 De mi libro poemas y vivencias


                     UNA PARTIDA DE CARTAS
  Allá en Tordesillas, mientras tomo un café en un viejo hostal, observo a mi alrededor. En la mesa de al lado hay una familia que está jugando una partida a las cartas. Cuatro de ellos de más o menos una edad parecida y la otra persona es una anciana de unos  noventa años, según su aspecto.

  Veo que en la mesa hay un sin fin de copas vacías y que siguen pidiendo más vino.   Gritan bastante. La anciana frunce de vez en cuando el ceño, quizá en señal de incomodidad. Pienso: “desde luego, no está sorda, a juzgar por la cara que pone cuando gritan”.

  Reparten las cartas para empezar a jugar de nuevo. Veo que a la anciana le dan solo una, mientras que el resto de los jugadores tiene cinco naipes que -en forma de abanico- sujeta con mirada impaciente, esperando su turno.

   Siguen bebiendo y jugando, ignorantes de que en la mesa contigua, alguien  les observa sin perder detalle.   

   La anciana coge la carta y se la guarda en la faldriquera. De vez en cuando la vuelve a poner en la mesa, a la vez que una mano, se la devuelve inmediatamente. “Todavía no le toca, abuela”

   Siguen jugando, partida tras partida, copa tras copa y la abuela sigue ahí, con su carta, ahora recogida sobre su regazo. De vez en cuando grita desesperada: estáis haciendo trampas, no juego. Ahora me toca a mí.....
  A ver abuela, tire su carta...La abuela lanza la carta, -un dos de bastos- sobre la mesa en señal de victoria, y grita, ¿lo veis?  He ganado yo. ¡Ala!.

  Todos la miran con indiferencia, aunque le siguen la corriente, además   ignorando ahora sus insistentes reclamos  para que alguien la lleve al servicio. Y la partida sigue, entre gritos y risas.

  Después de un rato, veo que una de las dos mujeres, saca un gran pañal del bolso, y le dice a la anciana: Abuela vamos al lavabo...

  Al regresar, imagino debidamente cumplida la misión de aquel pañal,  la anciana solicita ir a la habitación. Diríase que está cansada. Tiene sueño. Su rostro palidece. Se muestra inquieta. Se mueve en la silla de ruedas, agitando sus caderas en señal de incomodidad. De vez en cuando, sonríe, con ternura. Mira la mesa, las cartas. Se encoge de hombros y vuelve a decir que quiere ir a la habitación.

  Pero ninguno de sus acompañantes responde... Eso sí....Le dicen, o mejor dicho casi le ordenan: “Venga abuela vamos a seguir jugando, le dan otra carta distinta de la anterior eso sí, es otra vez  un dos, pero de copas...

   Y yo me pregunto... ¿Debe ser feliz esta anciana?

   Tomo el último sorbo de mi café, ya frío como un témpano, mientras pienso:

    Estarán orgullosos de sí mismos. Están de vacaciones, y ¡Sí señor! Hasta se han llevado a la abuela.


                              


 


divendres, 5 de febrer del 2021

                                                        UNA DEL CHIQUILLO 


"Yaya, ahí hay dos gentes"                                             

En efecto: había 2 personas en el balcón de enfrente. El pequeño, hablaba con lógica. Si gente indica personas, si hay dos, pues dos gentes. Así de sencillo ¿O no es verdad que si hablamos de otras cosas, añadiendo su plural correspondiente ya tenemos más número?  Así que el pequeño, a su manera, elabora el lenguaje, que poco a poco vamos corrigiendo  los adultos a fuerza de ser imitados. 

   Esos seres diminutos, que llenan nuestras vidas de pequeños y entrañables momentos. Retales de vida, bordados con fina puntilla. Vivencias que nunca terminamos de saborear del todo, puesto que la vida no trae y nos lleva y quizá no nos deja tiempo para entretenernos en esos detalles que, aún siendo eso, simples detalles conforman lo mejor de nuestra existencia.

-Se ha "rompido" "a" muñeca, y mamá "ma" "decido" que me "compa" otra.

-¿Sabes donde está mamá? 

-No. no lo "sabo". Papá ha ido a la "panería", a "po" pan.

o... -Le "escribido" la carta la "lo" Reyes.

Esos pequeños duendes que rellenan las soledades como nadie, huecos que parecían irrecuperables y que se llenan de vida, de maravillosa y espontánea vida. Ruiditos intermitentes, que a pesar de ser sonoros, y molestos en ocasiones,  llegan a echarse de menos en cuanto  desaparecen....Vida....más que vida....esperanza de vida...proyectos hacia adelante.... sonrisas.... felicidad..


Por eso yo hoy he "decido" estas cosas a las dos o tres  "gentes" que andan por  ahí, leyendo mi blog, en el que hoy he "escribido" esta pequeña tontería, aunque si les digo la verdad, no "sabo" cómo se me ha llegado a ocurrir.


SEAMOS UN POCO MÁS NIÑOS.....OK?


dijous, 4 de febrer del 2021

                                                   EL LIMONERO .


    De repente, aquel limonero que vestía de amarillo chillón parte del pequeño jardín, empezó a cambiar de tono. Sus hojas se marchitaban. Les faltaba brillo. Estaban lacias y unas pequeñas orugas empezaban a invadirlas. Las orugas parecían felices. Devoraban a mordiscos las hojas sin contemplación alguna. Los limones se caían antes de madurar. Secos. Apenas sin jugo. Apenas sin fuerza para caer, que más bien parecía que se dejaban llevar por un aire seco que soplaba desde hacía un tiempo. Un aire tan falto de humedad como faltos de ella andaban los propios limones. 

   El limonero, cada vez más triste, parecía morir de languidez. Las orugas, felices, mientras hubiera hojas que devorar, crecían y crecían en número.  

   Las nubes pasaban de largo. Jamás se detenían sobre aquel rincón y si acaso querían llorar, lo hacían siempre lejos de allí. El río que antiguamente regaba las lindes, se había desviado por alguna  extraña razón. Los árboles, antaño pobladores de aquellas tierras, habían desaparecido. Tan solo quedaba uno en pié. Una vieja encina, de bellotas robustas y apetitosas, que milagrosamente subsistía en medio de todo aquel secarral.

   Parecía el fin de aquel terreno baldío. Eran los dos únicos seres vivos que quedaban en los alrededores, bueno, sin contar a las orugas, claro. Uno de ellos, ya ves, apunto de agonizar.

   El limonero lloraba. La encina, trataba de crecer, de alargar sus ramas hacia él, con la intención de darle sombra, de cobijarlo de las heladas, pero él, cada vez más exhausto, se daba por vencido.

   Pasó tiempo. Las orugas empezaron a desistir; ya no quedaba mucho que comer del limonero y también acabaron marchando de allí.

   Más allá, había una granja de cerdos. Jamás se supo con certeza que ocurrió,  pero se sabe que  fue abandonada y que se trasladaron a otra zona más rica en humedad. Supongo que emigraron allá donde habían cuidado el curso del río, allá donde construyeron el pantano, allá donde los árboles crecían con todo su esplendor, allá donde el humano creyó conveniente dar vida y conservarla. 

   Se cuenta, que una cerda quedó olvidada en aquel terreno tan hostil. Que jamás nadie volvió para buscarla. Se cuenta que estaba a punto de parir. Se cuenta que tuvo diez cerditos entre machos y hembras. Se cuenta que empezaron a escarbar la tierra para conseguir agua, y que la encontraron. Se cuenta que comían bellotas, y que empezaron a reproducirse. Se cuenta que empezaron a crecer encinas con el paso de los años. Se cuenta que los insectos empezaron a revolotear por allí. Se cuenta que empezó a llover de vez en cuando y por consecuente las encinas cada vez eran más numerosas.

   Pero también se cuenta,que  para nuestro limonero, que antaño lucía esplendor, ya fue demasiado tarde.

   Hoy, su tronco, seco, rabiosamente seco, nos sirve de recordatorio.

  No permitamos que para nuestro planeta, algún día llegue a ser demasiado tarde.