dijous, 4 de febrer del 2021

                                                   EL LIMONERO .


    De repente, aquel limonero que vestía de amarillo chillón parte del pequeño jardín, empezó a cambiar de tono. Sus hojas se marchitaban. Les faltaba brillo. Estaban lacias y unas pequeñas orugas empezaban a invadirlas. Las orugas parecían felices. Devoraban a mordiscos las hojas sin contemplación alguna. Los limones se caían antes de madurar. Secos. Apenas sin jugo. Apenas sin fuerza para caer, que más bien parecía que se dejaban llevar por un aire seco que soplaba desde hacía un tiempo. Un aire tan falto de humedad como faltos de ella andaban los propios limones. 

   El limonero, cada vez más triste, parecía morir de languidez. Las orugas, felices, mientras hubiera hojas que devorar, crecían y crecían en número.  

   Las nubes pasaban de largo. Jamás se detenían sobre aquel rincón y si acaso querían llorar, lo hacían siempre lejos de allí. El río que antiguamente regaba las lindes, se había desviado por alguna  extraña razón. Los árboles, antaño pobladores de aquellas tierras, habían desaparecido. Tan solo quedaba uno en pié. Una vieja encina, de bellotas robustas y apetitosas, que milagrosamente subsistía en medio de todo aquel secarral.

   Parecía el fin de aquel terreno baldío. Eran los dos únicos seres vivos que quedaban en los alrededores, bueno, sin contar a las orugas, claro. Uno de ellos, ya ves, apunto de agonizar.

   El limonero lloraba. La encina, trataba de crecer, de alargar sus ramas hacia él, con la intención de darle sombra, de cobijarlo de las heladas, pero él, cada vez más exhausto, se daba por vencido.

   Pasó tiempo. Las orugas empezaron a desistir; ya no quedaba mucho que comer del limonero y también acabaron marchando de allí.

   Más allá, había una granja de cerdos. Jamás se supo con certeza que ocurrió,  pero se sabe que  fue abandonada y que se trasladaron a otra zona más rica en humedad. Supongo que emigraron allá donde habían cuidado el curso del río, allá donde construyeron el pantano, allá donde los árboles crecían con todo su esplendor, allá donde el humano creyó conveniente dar vida y conservarla. 

   Se cuenta, que una cerda quedó olvidada en aquel terreno tan hostil. Que jamás nadie volvió para buscarla. Se cuenta que estaba a punto de parir. Se cuenta que tuvo diez cerditos entre machos y hembras. Se cuenta que empezaron a escarbar la tierra para conseguir agua, y que la encontraron. Se cuenta que comían bellotas, y que empezaron a reproducirse. Se cuenta que empezaron a crecer encinas con el paso de los años. Se cuenta que los insectos empezaron a revolotear por allí. Se cuenta que empezó a llover de vez en cuando y por consecuente las encinas cada vez eran más numerosas.

   Pero también se cuenta,que  para nuestro limonero, que antaño lucía esplendor, ya fue demasiado tarde.

   Hoy, su tronco, seco, rabiosamente seco, nos sirve de recordatorio.

  No permitamos que para nuestro planeta, algún día llegue a ser demasiado tarde. 


 




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