dilluns, 4 de març del 2013

EL BARRANCO-

                                              

Un cartel, carcomido por el implacable paso del tiempo,
sus esquinas agrietadas, y el cartón medio deshecho,
y en medio de todo esto, y como una aparición,
un rostro se me aparece. No sé si otros lo ven,
pero entre grietas profundas, entre manchas de humedad,
entre formas diluidas, veo el rostro de un infante.

Su rostro desdibujado, sus facciones deformadas,
pero ¡Ah! sus ojos: 
Unos ojos azulados que brillan como la Luna,
me cautivan al instante.
No es real, pues el cartel, a tonos anaranjados,
entre el polvo que ha dejado impresa su suciedad,
entre manchas de humedad, es cartel abandonado,
entre otros que resisten al empaque de estos vientos,
que soplan sin compasión, por estos campos desiertos.

Pero el rostro del infante, y sus ojos ¡Ah! sus ojos,
que como perlas brillantes aparecen ante mí,
son los ojos de la vida, que me animan a vivir.
Esos ojos que me hablan desde el fondo de un cartel,
que tiene la imagen borrada, y nada te deja leer.
En cambio a mí, esos ojos, me han llevado a comprender,
y no se bien como ha sido, si es que magia o don divino,
que la vida hay que vivirla, con esperanza y con fe.

Me vuelvo sobre mis pasos. A mi espalda, el terraplén,
y más allá está el barranco, que me esperaba triunfante,
a que diera un paso alante, y por fin diera ese salto,
que antes de ver esos ojos estaba dispuesto a dar...

Allá en las profundidades, del barranco tenebroso
dicen que cayó un infante, de bellos y azulados ojos...




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