dimecres, 9 de gener del 2013

DE OPORTO A CIUDAD RODRIGO

    Foz de Sousa, lugar donde aparcamos durante los dos días de estancia en Oporto, me ofrece hoy, a la hora de la partida una imagen bucólica. El amanecer, aquí al lado del cauce del Duero, a pocos kilómetros de la ciudad, se manifiesta en esta mañana como algo mágico. Las aguas, aún en su recorrido plácido y sereno, camino de su destino final, se despiden de su última ribera ofreciendo una estampa en la que parecen recrearse.  Allá, enfrente, en la otra orilla, un  pintoresco pueblecito  se mira en sus aguas , que ayudadas por los primeros rayos del sol, ofrecen una visión  matutina, digna de ser evocada en cualquier pintura.
   Tomar una fotografía de este idílico paisaje es lo menos que puedo hacer para inmortalizar este momento,  consciente de que este instante mágico durará, lo que tarde la penumbra en dejar paso a la radiante luz de día.
   Supongo que este es el verdadero momento en el que yo debo decir adiós al Duero definitivamente y así lo hago, dedicándole una última mirada, mientras la autocaravana se aleja de él, mientras se hace imperceptible a mis ojos. Entretanto el viaje continúa.


   El camino es agradable. La autopista atraviesa montes de manera descarada. Sube, baja, se encarama y desciende a su antojo y nosotros con ella. Por un momento, y viendo que allá abajo, las nubes flotan agrupadas, y más abajo aún el barranco se muestra infinito, intuyo que viajamos a unas altura considerables.¿Cómo se llamará esta autopista?..Yo le pondría autopista hacia el cielo.

   Varios bancos de niebla se están posando por debajo nuestro, y entre ellos, distingo unos barrancos que presumen de una gran variedad de arbolado, caduco y perenne. Mezclas coloridas, bosques de eucaliptos, que desde estas alturas,  a vista de pájaro, como quien dice, se me antojan un gran césped, espeso y abrumador.  El cielo es azul y más azul en cuanto más sube esta carretera....

  Comparo ahora la vegetación del Alto Duero, con la de estos parajes, pero no sabría decir cual de los dos entornos me gusta más. Pienso: estoy en tierras portuguesas aún, y mientras pienso, admiro el espontáneo paisaje que la ventanilla de la autocaravana me ofrece.


   A menos de cien kilómetros de España, camino de Ciudad Rodrigo, el paisaje se abre..Una ladera plana nos abre camino y por encima de ella circulamos ahora. Abajo, muy abajo, una gran extensión sembrada de pequeños pueblos que desde aquí se me antojan blancos, aparece inesperadamente. Unos carteles nos indican que Gouveia, o Fnos. Algodres, están cerca. Por un momento siento tentaciones de salir de la ruta e investigar entre estos pueblos, pero debemos seguir adelante. Los bancales de pasto hacen su aparición de nuevo, y de nuevo robledales y pinares. Allá, mas adelante...España..

  La dehesa salmantina, entre humedales, entra pastos algo asilvestrados, al fondo la Sierra de Béjar, mostrando sus cumbres blanquecinas, Espeja, Calleja y el sol en su gran esplendor, momentos álgidos del día, en los cuales y después de haber almorzado debidamente, lo más indicado sería tomar unos minutos, robarle unos minutos al viaje para dormir una siesta, entonces, el éxtasis de esta iluminada tarde llegaría a su cénit. Pero como ya he dicho, debemos seguir.

   Después de cruzar un puente, una pequeña riera vestida de verde en sus orillas se precipita tortuosa hacia otro destino. Pequeños espejos, pintados de azul, entre el pasto húmedo de sus costados y allá entre todo esto, los toros de Salamanca, entre el agua y el verde,  entre el cielo y la tierra, comiendo felices.

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