dissabte, 5 de gener del 2013

MIRANDA DE DOURO


  Para mi, Miranda de Duero. Cierto es que "Douro" suena más dulce. sobre todo si puedes adoptar el acento que ellos le ponen, la parsimonia con que pronuncian este nombre, pero para mi, el Douro es Duero.
  ¿Habré llegado yo antes que las aguas que pasaban por Zamora, cuando estuve allí?
  ¿Sería posible que las hojas que estoy viendo en estos momentos, caídas al agua desde las alturas de un chopo cualquiera, fueran las mismas que avanzaban, sorteando cautelosamente  los arcos del puente romano?
  El agua circula mansamente, presa en su enorme caudal...¿Podría ser que estas aguas fueran aquellas mismas aguas?
 El agua circula sin detenerse, pero va despacio. Pacientemente rodea montañas, atraviesa acantilados, se despeña en turbulentas cascadas, serpentea por entre riscos, se entretiene entre recovecos, se recrea en los remansos, se detiene entre las presas, y avanza sí, pero como un peregrino avanzaría, sin prisa, disfrutando de su paseo.
  No sé quien corre más si él o yo. Pero de todos modos seguiré acompañándole, mientras él me lo permita.

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   En Miranda, Los Arrives del Duero, navegables en cierto tramo, nos esperan para mostrarnos su espectacular belleza. Desde arriba, desde la plaza de aparcamiento observamos la distancia que nos separa hasta su orilla y tras pensarlo un poco decidimos bajar andando. Una carretera un tanto incómoda y carente de espacio para peatones nos conduce hasta la entrada del embarcadero. Pero, una vez ahí, mirando hacia arriba, nos damos cuenta, de que al terminar la travesía, habrá anochecido, y que entonces habrá que subir andando, entre la oscuridad de la noche, sorteando orillas, esquivando coches, y pasando miedo. Encima, desde aquí abajo la cuesta parece ser más pronunciada de lo que era  mientras bajábamos.. Decidimos dar marcha atrás en busca de la auto caravana. En una curva, una señora muy amable nos recoge al ver que poníamos el dedo, ese dedo de autoestopista que tan poco hemos utilizado algunos y que en ocasiones puede salvarte de una buena caminata. Después, a bordo de la auto-caravana, todo parece más sencillo.

   Ahora, otra vez a orillas del Duero. observo mi entorno ensimismada  Un momento de silencio para concentrarme y pensar en él, decirle que estoy ahí, que dentro de unos instantes penetraré en sus aguas, y presenciaré uno de sus rincones más escondidos. De repente me siento como una intrusa, pero sigo adelante.

   Los Arrives del Duero, un lugar recóndito, escondido al ojo humano, salvo que éste suba a bordo de una de estas barcas. Sus aguas, aquí abrigadas bajo tortuosos acantilados, discurren mansamente. Paredes de doscientos metros de altura, ensombrecen parte del recorrido, dándole un aspecto más misterioso y profundo. El silencio impone. La quietud, tan solo interrumpida por el vuelo del águila real, y alguna que otra ave, cormoranes, grajos etc, me recuerda al principio de la vida, o quizás al final, no sé. "Porque todo en un principio es silencio, y la nada en que se convierte ese todo vuelve a ser silencio".
   Arriba, pegado en las alturas, algún nido abandonado de cigüeña negra, nos habla de su pasado entre estas rocas. Ella, ya no habita por estos lares. Ahí, en medio de la nada dejó su rastro, la impronta de su majestuosa presencia, y  que a buen seguro otras aves más osadas, habitarán a temporadas, dando utilidad a esa enorme cesta ennegrecida por el paso de los años y  testigo de lo que fueran  otros tiempos....

    Más adelante, en un remanso profundo y angosto, las nutrias, sospechosamente camufladas bajo el abrigo de las aguas, aguardan a que el barco se aleje para salir a respirar. Con un poco de suerte, y si el capitán decide parar motores, alguna de ellas se dejará ver, entre las aguas. Asomará su brillante cabeza y quizás con algo de imaginación la veremos sonreír...

  Un búho real, encaramado en una pared, parece contemplar el ocaso del día, expectante, quizás abrigando la posibilidad de empezar a cobrar alguna presa como aperitivo, de su habitual cena diaria...

  Levantamos la mirada otra vez para contemplar una encina, que según cuentan tiene doscientos años,  que vive aferrada a las rocas, y que levanta su tronco verticalmente hacia arriba, desde su base, enraizada mágicamente entre los pedruscos gigantescos de la garganta. Desde ahí, su copa, que en lugar de comportarse como una encina más, se comporta como un árbol de hoja caduca, parece asomarse a las aguas del Duero. Su estampa desde el barco aparece como la de un vigilante desde su atalaya. Como si de su guardián se tratara.

  Observo ahora la vegetación exuberante de la cara norte del acantilado. Un pasillo selvático, que rezuma humedad y frío, que se mira en las aguas del Duero, y se funde con él en sus orillas.

  El barco avanza, y por un momento cierro los ojos, siento que estoy en las mismísimas entrañas del río, que estoy presenciando o mejor dicho irrumpiendo en su intimidad, en los misterios que sus aguas guardan celosamente, en el secreto mundo que conserva desde el privilegio de sus profundidades, en sus silencios, en la paz de sí mismo, y lo estoy viviendo desde aquí, desde su propio corazón.

  Ahora, el barco se da la vuelta y yo, desde la popa miro hacia atrás para dejar grabadas tan bellas imágenes en mi retina. El frío es intenso, La humedad traspasa la ropa, y el aire circula con prisa. Al fin el Duero descansará del ajetreo turístico, al que le tienen sometido y volverá a poner las cosas en orden para el día siguiente.

  Después  al salir del barco, en la misma orilla del río y como telón de fondo, sus aguas, una demostración de aves nos espera..
   Una lechuza, blanca, galante hermosa, orgullosa de su estampa, se posará pacientemente sobre nuestro dedo índice.. Un búho real nos permitirá hacernos fotos a su lado mientras que con sus grandes y redondeados ojos nos mira fijamente hasta casi hipnotizarnos., y como colofón, un águila perdicera sobrevolará nuestras cabezas y se posará en nuestro hombro mostrando su exuberante elegancia.  Entre tanto, una copa de Oporto en la mano que sorbo a sorbo, nos dejará ese sabor extrañamente dulce en el paladar y  pondrá  punto final a esta  inusual visita.

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